En 1996 Robert Susskind, figura de reconocido prestigio como visionario del sector legal, apostó que el email sería el canal más utilizado de comunicación entre abogados y clientes. Esta afirmación en su momento desató una importante polémica en Reino Unido.
Hoy nadie cuestiona que Susskind tenía razón. El mismo experto asegura también que la implantación de la tecnología en el sector legal es imparable y pronostica que en 2030 el uso de herramientas de inteligencia artificial estará plenamente extendido en la profesión. Tanto que podría llegarse a acusar de negligencia legal a quien no utilice dichas tecnologías como base de análisis, simplificación y acercamiento de la justicia al conjunto de la sociedad.
Si de nuevo este adelantado a su tiempo tiene razón, es hora de que nos planteemos cómo deben ser los abogados del mañana y qué formación debemos proporcionarles.
Pero también es hora de pensar en la tecnología cómo herramienta para dar la mejor solución a los problemas reales de los profesionales y de las personas a quienes servimos.
La sociedad está siendo testigo de transformaciones en sectores como la banca que están dejando al margen a colectivos que por razones de edad encuentran dificultades para operar exclusivamente en entornos digitales.
La apuesta por una sociedad tecnológica no debe olvidar la sensibilidad como ingrediente para conseguir además una sociedad más justa. Porque este es en última instancia en objetivo final del Derecho.
En su libro El Fin de los Abogados, Robert Susskind asegura que los abogados tradicionales serán “reemplazados por sistemas avanzados basados en inteligencia artificial, o por trabajadores menos costosos apoyados por tecnología, o incluso por ciudadanos legos armados con herramientas de autoayuda en internet.
Para que esta vez las predicciones de Susskind estén equivocadas, la profesión debe reflexionar sobre la importancia de poner en valor el factor humano en la práctica del derecho.